lunes, 8 de noviembre de 2010

Buena suerte y...hasta luego?

Me encontré sentada en una butaca, viendo pasar a “los hombres de mi vida” uno por uno a dar su monólogo en el escenario -mientras yo gustosa- escuchaba con atención cada una de sus palabras. El orden de aparición en escena era algo aleatorio, al igual que sus pasos por mi vida.



De pronto las luces cambian de color. El personaje principal de la noche entra en escena y me recuesto para escuchar cómodamente y con más atención su parlamento.
Lo primero que hacemos es mirarnos detenidamente, observándonos en silencio, intentando en un minuto recolectar la mayor cantidad de detalles posibles. Empieza a sonar una melodía tranquila, dulce, y todos los flashbacks se muestran en una pantalla gigante cual momentos Kodak.
No le salen las palabras, presiento un dejo de tristeza y melancolía en su mirada al mismo tiempo que su postura sigue firme y rígida sobre el escenario.
Empieza su monólogo y cada palabra es calculada, y ahí logro darme cuenta que sigue siendo el mismo de siempre y que no va a dejar que sus impulsos le ganen. Tiene un discurso ordinario, palabras cruzadas que escuché cientos de veces y que sin embargo, no me cansaría nunca de oír.
Pero de pronto se quiebra, muestra la persona detrás del personaje y yo atino a sonreír y regocijarme de la situación. No por disfrutar de su llanto sino por descubrir que mis creencias eran reales y no simples maquinadas de mi propia mente.
Era un tipo seguro, siempre mirando al frente, con caminar suelto y bailarín. Su sonrisa me desarmaba, haciéndome vulnerable a sus encantos. Podía decir las peores cosas, pero si lo hacía sonriendo, lograba que sonaran dulces.
Alguien que realmente estaba seguro de si mismo, pero no de sus acciones. Con quien estaba todo listo para sumergirse, pero cuando llegaba el momento, nos dábamos cuenta que sólo uno de los dos tenía puesta la malla, mientras el otro todavía tenía puesto el salvavidas, por las dudas, por si acaso el agua estaba muy caliente o no tan fría como hubiera deseado.
Una persona que hoy conforma una suerte de ídolo en mi vida. Es gracioso, porque suelo –solía- decirle eso. Algo así como tocar el cielo con las manos. Como si cada vez que lo nombrara se me enrojecieran los cachetes y me volviera el alma al cuerpo, cuando el corazón te late a mil por hora de tan sólo pensar en ese alguien.
El amor que había entre los dos fue equivalente al desamor sufrido más tarde, a veces, por momentos, de a ratos, cuando no se podía legalizar la ternura ni contrabandear besos o abrazos.
Sin embargo, a pesar de todas las lágrimas derramadas y todo lo distorsionada que pudo haber sido la historia, es raro lo que voy a decir, pero es la relación más pura que tuve hasta ahora.
Final de mierda, pero bueno, historia para el recuerdo si las hay.
Se me va la mente en los repasos mientras él continúa con su speech barato, pero cuando vuelvo a la escena, veo al mismo pibe jodido, soberbio e impaciente de siempre.
Con cada oración intenta justificar sus decisiones, su actuar...nuestro final.
Supongo que ni él se cree esa actuación pero le es más fácil eso que cambiar de papel. Precavido dirían algunos, prudente dirían otros, cagón diría yo.
No porque mi propio orgullo no me deje pensar otra cosa sino por su mirada tan contradictoria con sus palabras. Y él lo sabe. Es consciente de lo mucho que conozco su verdadera identidad y que ninguna máscara me haría confundir.
Pasan los minutos y se empieza a dar cuenta de que sigo sin creerle una sola palabra de lo que está diciendo, y comienza a reírse. Me contagia, resuenan nuestras carcajadas en todo el teatro, y finalmente decimos:Dejémonos de joder, no?, aceptemos que nunca nos vamos a deshacer uno del otro y sigamos como si nada, sabiéndonos de eso”. Siendo conscientes de que nuestra historia va a quedar suspendida en el tiempo, no para retomarla algún día sino simplemente para de vez en cuando escaparnos a ese lugar.
Me invita a subir al escenario, quiere que por esa noche yo lo acompañe en el cuadro principal. Me sorprendo, pero acepto con alegría. Subo, nos miramos de cerca, luego cerramos los ojos y con nuestras manos recorremos con delicadeza – casi sin tocar – el rostro del otro. Nuestros ojos, nuestras narices, nuestros labios ahora desencontrados.
Nos miramos nuevamente y sonreímos. Éramos incapaces de inhibirnos el uno frente al otro, se escurrían en el silencio billones de sentimientos que morirían en el mismo así como las demás sensaciones que nos provocaban escalofríos.
Sosteníamos las miradas, gritábamos aquellas palabras que creíamos ocultas y víctimas de una cárcel de desconsuelo y de amor.
Anuncian que la obra está por finalizar, los actores deberán volver a sus realidades dejando la fantasía suspendida en ese antro.
Con melancolía nos tomamos de manos, nos abrazamos y alejándonos cada uno en otra dirección, nos repetimos lo que siempre nos solíamos decir a la hora de cada –nueva- despedida: Buena suerte y hasta luego.

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