sábado, 16 de enero de 2010

"Recordar es volver a pasar por el corazón"


Día Sábado 16 de Enero:

Estado vacacional: Oficialmente – al fin! – de vacaciones.

Días que faltan para Brasil: 1 semana (suena a menos que si digo 7 días)

Estado de la mudanza: El martes 7 am viene el flete

Mi pieza: Un poco menos de caos, embalando todo.

Estado civil: Tati se encuentra desconectada.

Estado de ánimo: Melancólico, mezcla de alegría y tristeza con gusto a recuerdo.

Economía: Pensando seriamente en robar un banco.



Estoy terminando de embalar las cosas de mi pieza, se me está haciendo realmente tedioso, pero a la vez emocionante. Me emociona porque significa que me voy, que al fin me voy. Quiero mucho esta casa, pasé muchas cosas acá, pero realmente tenía muchas ganas de mudarme, hace años que quiero hacerlo.

En esta casa dejo mi primer baile de disfraces, que fue en mi cumple de 10 años. Dejo mi primer lento, que baile con el que iba a ser mi futuro “novio” de ese momento. Dejo la primer borrachera, que me agarré en mi cumple de 15 cuando hice una fiesta en la cual al final, nunca vimos 8 mile. Dejo botellas vacías de las tantas previas que hice con mis amigos, las cuales por supuesto, siempre son mejores que el boliche. Dejo el entrepiso que tanto quiero, el entrepiso que tanto me emocionó cuando vi esta pieza por primera vez, el entrepiso que mi papá diseñó y mandó a construir para que mi hermana y yo disfrutemos de una habitación realmente original. El entrepiso donde cuando éramos chiquitas jugábamos a ser Romeo y Julieta, donde soñábamos con poner un batitubo, el entrepiso del cual tantas veces amenacé con tirar a Melisa.

Dejo la terraza donde solía irme a dormir a veces cuando era más chica así me dormía mirando las estrellas. Esa terraza en la cual con Caro y Yani nos bañábamos en malla tratando de “seducir” a los vecinos de enfrente. Esa terraza que cuando me mudé, tenía esa montaña enorme de arena en la cual nos tirábamos sin ningún tipo de asco ni miedo a ensuciarnos, salvo porque mi mamá después nos cagaba a pedos. Esa terraza en la que una vez con Pepa y Caro organizamos una “fiesta” que tuvo menos convocatoria que la fiesta de egresados de Sende. Esa terraza en la que tantas veces volé, y en la que tantos asados fueron festejados.

Dejo las ventanas ahora enrejadas, pero que cuando vinimos la primera vez, no tenían nada, y con mis primas jugábamos saliendo y entrando por ahí.

Dejo ese living, esa especie de puertas corredizas que usábamos para jugar al teatro y ahora son las que dividían la puerta de la pieza de Valentina de la otra parte restante.

Me llevo recuerdos vividos en absolutamente todos los rincones de esta casa, me llevo vivencias de cada espacio.

De lo que más me va a costar despedirme es de mi pieza. Esa pieza que pasó de un azul a un blanco, de una goma eva de colores a un lila lavado. Tengo tantos recuerdos, tantas experiencias, tantas cosas pasaron en este ambiente que no habría ninguna caja capaz de guardar tanto.

Es mi lugar, es mi refugio, es MÍO. Pero supongo que el tiempo hará que mi nueva habitación (la cual si bien no está hecha todavía, ya está diseñada y parece genial) me pertenezca también.

Ir seleccionando lo que me llevo de las que tengo que tirar, fue complicadísimo. Siempre me costó mucho despojarme de las cosas, de hecho, me sigue costando. Supongo que cuando me mudé la primera vez a los 8 años, fue más fácil porque mi mamá se encargó de embalar, seleccionar, tirar y llevar las cosas, no era yo quien decidía. Pero ahora, soy yo la que tengo que elegir. Me pasa que todo el tiempo encuentro excusas para no tirar nada, encuentro excusas de futuros usos para todo, así en vez de meterlo en la bolsa de basura, lo puedo meter en la caja de embalaje.

Tengo remeras que ya a esta altura no me las pondría ni para dormir, pero que las guardo “por las dudas” de que un día las tenga a mano y las use para ir al chino de acá a la vuelta a comprar un paquete de azúcar (sobre todo porque yo tomo todo con edulcorante). Pantalones que no me entran y que nunca me van a volver a entrar, pero que “por las dudas” los quiero conservar.

Papeles, carpetas, cuadernos que tengo sólo para acumular polvo, pero que guardo “por las dudas” de que algún día los necesite.

Cosas que están sólo para ocupar lugar, pero que quiero llevarme “por las dudas” de querer usarlas algún día y no tenerlas.

Hoy mientras estaba embalando, entró Jorge (el marido de mi mamá) y me dijo: -Tati, te traigo bolsas de residuo así vas tirando todo lo que no vayas a llevar -. A lo que yo contesté:- Ese es mi problema, no puedo tirar nada, a todo lo encuentro una utilidad o una excusa para quedármelo -. Me dijo algo muy cierto, me comentó que a él con mi mamá mientras estaban embalando les pasó lo mismo, que él de repente encontraba un tornillo y decía:- No lo voy a tirar por las dudas de que algún día necesite uno. Pero que después de escuchar a una periodista en la radio que hablaba de eso, decidió modificar esa actitud.

Me contó que la periodista comentaba que a las personas que nos pasa esto, nos sucede que tenemos miedo a dejar ese lugar vacío, el cual generaría un espacio para dejar entrar cosas nuevas. Que tenemos miedo a tirar las cosas, por si acaso en un futuro nos vayan a servir. Pero en realidad… yo tengo plata para comprar un tornillo nuevo si me hace falta, y tengo también ganas de poner cosas nuevas donde estaban las viejas.

Pero me mata el recuerdo. Cada prenda, cada caja, cada cachivache me hace acordar a algo y por eso no quiero y no puedo desprenderme. Pero después de lo que me dijo Jorge, en realidad me di cuenta que son más las ganas que tengo de meterle nuevas cosas a mi vida que de seguir conservando las viejas, que me pesa más ese lado de la balanza, que no quiero más vivir del pasado.

Por eso en todo caso, voy a seguir coleccionando recuerdos (para dejar eso todavía me falta), pero sólo en mi mente, lo material, lo dejo para las bolsas de residuo y que el camión de basura se encargue.

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